El pasado 25 de septiembre se dio a conocer el nombramiento del padre Juan Antonio Cabrera Montero como nuevo presidente del Pontificio Instituto Patrístico Augustinianum.
Tras 24 años cruzando sus pasillos, yendo y viniendo por sus aulas y despachos; conociendo su patrimonio bibliográfico durante sus 11 años en la Biblioteca o compartiendo con sus alumnos el pensamiento y teología desde Gregorio Magno hasta la polémica iconoclasta del siglo noveno, el padre Juan Antonio asume ahora la presidencia de una obra apostólica de carácter académico que conoce muy bien.
Agradecido por el apoyo de los alumnos, el claustro de profesores y por la designación del Prior General para esta nueva responsabilidad, el nuevo presidente del Patrístico nos dedica unos minutos en el arranque del año académico del principal centro de estudios patrísticos del mundo.
Padre, felicidades por el nombramiento. En primer lugar, ¿cuál es el gran objetivo que se han marcado en el arranque de este nuevo curso?
El primero será potenciar la internacionalización el Instituto abriendo nuestras aulas a docentes de todas las partes del mundo -sin olvidar la riqueza que ofrecen las universidades estatales de Italia-. El segundo, seguir integrando y desarrollando las cuestiones ligadas a las normativas, estatutos, reglamentos especiales de la Santa Sede, a quien nos debemos, y de la Unión Europea.
¿Cuál es el principal reto al que se enfrenta la formación superior universitaria en el ámbito eclesiástico de hoy en día?
El reto en las universidades pontificias romanas hoy en día es doble. Por una parte, afrontar el evidente descenso del número de inscritos, de estudiantes, por diversas razones, entre las que está principalmente la crisis vocacional, a la cual se añade otra que agrava el problema: la crisis económica mundial. Por tanto, tenemos que ir adecuando la oferta a un número más pequeño y generalmente menos formado que hace años. Porque si bien antes la formación, sobre todo clásica y lingüística -griego y latín-, estaba más extendida, ahora ni siquiera en Estados Unidos o Europa, lugares en los que tradicionalmente los estudios clásicos han sido importantes, los estudiantes llegan con un nivel suficiente para superar el propedéutico. Así pues, ante este reto, ante la bajada de las vocaciones y también de la problemática económica que afecta a la mayor parte de instituciones eclesiásticas, tenemos que cuadrar los números y, a la vez, asegurar una oferta académica de calidad que, por contar -como decía- con un número cada vez menor y menos preparado de alumnos, corre el riesgo de depauperarse un poco en lo que se refiere a la formación teológica del segundo ciclo, la licencia y, sobre todo, el doctorado. Creo que es un reto bastante fuerte común a todas las universidades, no solamente al Patrístico.
¿Qué es lo que hace característico y único al Patristicum?
Es el único Instituto de carácter pontificio que ofrece una formación específica sobre la literatura cristiana antigua, los autores y los textos cristianos desde finales del siglo primero hasta el siglo noveno. Es, ciertamente, único en su especie. El acercamiento que hacemos a los autores y a las fuentes, a los escritos, es un acercamiento histórico, filológico y teológico. Nosotros no entramos en polémicas dogmáticas, más bien nos ocupamos de los autores, ortodoxos y heterodoxos, que han contribuido a lo que después se irá transformando en tradición y magisterio. Por lo tanto, buscamos acercarnos a las fuentes que por primera vez abordaron temas que todavía se siguen tratando hoy; desde la Trinidad, la cristología, la escatología, la moral, la liturgia, el derecho canónico… Todo lo que después hemos conocido en la Tradición y que seguimos actualmente estudiando lo encontramos ya en los primeros Padres. Y esa especificidad es lo que da valor al estudio de los primeros autores y, por tanto, al Augustinianum.
¿Qué puede encontrar alguien que se quiera acercar a la Biblioteca del Instituto?
No es retórica si digo que es la “verdadera joya del Patrístico”. Y no porque haya sido durante 11 años bibliotecario, de lo cual me honro. Digo que es una joya porque nos da la posibilidad de abrir y compartir el ambiente del Instituto no solamente a nuestros alumnos, a nuestros profesores, sino, de forma completamente gratuita, a cualquier estudioso que quiera venir desde cualquier parte del mundo, a adentrarse en la riqueza del numeroso y variado fondo bibliográfico que constituye nuestra biblioteca. La biblioteca es un servicio y, a la vez, una misión de la Orden que mira hacia el mundo académico eclesial e internacional.
¿Qué se requiere para ser profesor del Instituto Pontificio?
Hablamos de un Instituto de alta especialización, que es lo que nos pide la Santa Sede dentro de la Universidad Pontificia Lateranense, que se conoce como la universidad del Papa porque es la universidad pontificia por antonomasia. Por tanto, uno de los requisitos es que haya una calidad excelente en la enseñanza y en la investigación académica de cada profesor. Es cierto que dejamos espacio para las futuras promesas y lógicamente hay que darles un lugar para que vayan creciendo. Pero hay que mostrar a todo el mundo académico que en nuestro Instituto han dado y dan clase algunos de los mejores. Estamos hablando, por ejemplo, por citar solamente algunos que ya no están entre nosotros, de Manlio Simonetti, la mayor figura de la patrología italiana, pero también pienso en Basil Studer, Antonio Quacquarelli, Agostino Trapé y Nello Cipriani… Ésta es la riqueza, lo que nos ha dado un nombre, una misión y una responsabilidad que cumplir y cuidar.
Éste será el primer curso sin un histórico del Patrístico como fue el padre Nello Cipriani. ¿Qué legado deja?
Ha sido, ciertamente, una gran pérdida. Llevaba ya más de ocho años alejado de la docencia por la edad pero seguía trabajando, publicando y asesorando a estudiantes. Era un punto de referencia al que siempre podías recurrir para cualquier duda sobre san Agustín. Yo creo que en los últimos tiempos ha sido el mejor en su campo, ciertamente en la Orden pero también uno de los más destacados dentro del ámbito de estudios agustinianos en general. El trabajo que realizó en relación a las fuentes de la filosofía y la teología de san Agustín no ha sido superado todavía y ni siquiera, en muchos aspectos, había sido iniciado por nadie antes de él. El p. Nello siguió la línea del padre Agostino Trapé, una gran figura, pero creo que Nello, con su propia metodología y forma de analizar las fuentes, hizo su propio camino hasta llegar a un altísimo nivel de conocimiento. Como académico fue reconocido en todo el mundo por su manera de explicar la doctrina de san Agustín, en continua evolución y con una honestidad intelectual de muy alto nivel. Se necesitan muchos años y talento para llegar hasta ahí. No ha dejado discípulos directos o la clásica escuela de otros maestros, pero sí a muchas personas que se han formado con él y que han leído sus obras. Estoy convencido de que poco a poco irán surgiendo, también en la Orden, otros Nello Cipriani.
¿Está el Patrístico abierto a la promoción de otro tipo de disciplinas más vinculadas al ámbito cultural y artístico?
Hay algo que a veces olvidamos o simplemente desconocemos por falta de una comunicación eficaz. Evidentemente el Augustinianum forma gente que estudia a un alto nivel a los Padres de la Iglesia, pero también ofrece otras actividades, la llamada tercera misión: por ejemplo, la Cátedra Agustiniana, que acerca la obra y el pensamiento de san Agustín de un modo más divulgativo y no curricular. Queremos hacer un mayor esfuerzo de colaboración dentro de la Orden para poder aceptar propuestas que pudieran surgir en otros ámbitos, de modo que podamos ayudar puntualmente desde diversos niveles académicos a dar a conocer más no solamente a san Agustín sino toda la riqueza cristiana de los primeros siglos.
Respecto a la belleza o estética en san Agustín, puede que éste sea un aspecto de la espiritualidad que dentro de la Orden no ha quedado tan definido. La Orden tiene una rica espiritualidad que proviene de san Agustín, pero él no es su fundador sino su inspirador, su modelo, su padre.
Hay toda una tradición -si bien no corresponde ni total ni exclusivamente al Instituto- que es la de dar a conocer a todos los grandes autores que ha habido desde la fundación de la Orden y que han colaborado a formar un grupo religioso con un espíritu muy agustiniano. Y esto es muy importante. Próximamente, en noviembre, se celebrará en la sede del Augustinianum, el Congreso “Sub Regula Augustini…” que creo que nos va a ayudar a interpretar a san Agustín desde nuestra fundación como Orden en adelante. Vamos a estudiar cómo otros lo interpretaron en su época. Sin forzar los argumentos ni los textos, pero sí descubriendo mejor las intuiciones que seguramente los Padres y san Agustín tenían para iluminar a su época y que nosotros podríamos aprovechar para iluminar la nuestra.
Denos una pincelada del Congreso.
Es un Congreso hecho desde dentro, por agustinos, sin caer en la autorreferencialidad. Vamos a hacernos eco de otros autores, de entender la realidad y las diferencias entre los orígenes monásticos y lo que es la Orden hoy. Hay que (re)descubrir la verdadera espiritualidad agustiniana, que es desconocida, incluso en ocasiones ignorada, dentro de la Orden. Pareciera que todas las órdenes mendicantes, para situar a su Orden en su contexto natural, tuvieran grandes figuras místicas y ascéticas, excepto la nuestra. Este congreso espero que pueda ayudar a todos a profundizar en esa tradición espiritual de la Orden tan cercana y tan alejada a la vez de nuestras vidas. La gente conoce a los grandes autores de la Orden, pero muchas veces por referencia, no en detalle. Sabemos que ahí están Fray Luis de León, san Alonso de Orozco o santo Tomás de Villanueva, por citar solo algunos del ámbito hispánico, pero pocos los han leído. Quedan como referencias de un gran pasado que apenas se conocen. Esto hay que cambiarlo. Hay que fomentar dentro de la Orden el conocimiento de ese patrimonio espiritual e intelectual de nuestra historia.
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