Es fuerte el contraste entre la mañana plomiza, de llovizna invernal, con la que los comercios romanos se despiertan al mundo un miércoles de entre semana -con las rebajas ya liquidadas-, y cómo están festejando los cebuanos, en la otra parte del globo, a la misma hora, las celebraciones del Santo Niño de las Filipinas.
Cinco siglos de historia, 14.000 kilómetros de distancia y un bochorno mosquitero que no entiende de días y noches desde las crónicas de Urdaneta, el cartógrafo agustino que comunicó para siempre vía marítima a Europa con América y Asia gracias a que supo leer bien los vientos del “Pacífico”.
La calle, desde las 05:00 de la mañana, es un hervidero humano en el que es difícil abrirse paso. Una perra, inflamada, de mirada famélica, educada en el desdén de los miles de viandantes, se abre hueco intentando que el pulgatorio que emana de sus cuartos traseros no les salpique. Vendedores ambulantes, puestos de comida frita calentadas a butano, la megafonía a todo volumen, las repartidoras de velas de intercesión, el arroz blanco sin sal comido a mano, los colores y el apabullante imaginario del Santo Niño que, en volandas por sus dueños, reflejados en los charcos del pasado aguacero, con los brazos extendidos hacia arriba, muestran sus acreditaciones al tercer círculo policial para hacerse con su espacio cerca del Altar.
"Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (San Mateo 18,15-20)
Este flujo constante de fieles no se detendrá ni un solo momento durante los siguientes días, en que el programa de misas que ofrece la Basílica llega hasta las 13 diarias -empezando a las 4:30 am- solapándose, en algunos casos, unas con otras en función de la duración de las homilías, tal y como nos contaba, tranquilo, distendido, el padre Ion Miranda, responsable de seguridad de la Basílica del Santo Niño de Cebú.
Está satisfecho con haber acogido “sin percances reseñables” a más de 60.000 personas diarias durante más de quince días: centenares de miles de locales y filipinos venidos de todos los puntos de este gigante archipiélago de 7.000 islas.
Estos datos están englobados dentro del resto de actividades que ha ocupado a nuestros frailes en jornadas maratonianas de trabajo, encontrando descanso, como el padre Génesis, responsable de comunicación de la Provincia Nuestro Santo Niño de Cebú y de la Basílica, en el respaldo de cualquier silla del centro de Medios. Allí una docena de pantallas retransmiten para todo el mundo -su cuenta de Facebook tiene más de 830.000 seguidores- una realización propia de la Superbowl gracias a su buen olfato y gran equipo de 70 voluntarios que no pierden el ánimo para salir a patearse cada rincón de la ciudad a buscar esos momentos que hacen de estas fiestas algo igual de único como desconocido en Occidente.
Unidos en la caridad
La Solemne Procesión a pie del 20 de enero congregó a 3,2 millones de personas y se estima que cerca de un millón de participantes estuvieron en la procesión fluvial de la mañana, entre los filipinos que iban en los barcos (más de 300) o estaban desde antes del amanecer en los muelles.
Este Sinulog, nombre local con el que pueblo filipino baila su catolicidad y el encuentro entre culturas y razas a través del Santo Niño, tiene, en definitiva, esa rareza aromática del paso del tiempo y la tradición, donde tan pronto vives la devoción eucarística y recogimiento y pasión propias de la Semana Santa como el redoble de tambores más alegre y festivo del más grande festival.
Ese niño, como recordaba el padre Tony Banks, Asistente General para Australasia, ha de reflectar a quien realmente representa. Y tal y como nos cuenta el padre Génesis, “esto lo tienen muy claro cebuanos y devotos, que le confían su protección e intervención milagrosa”; sus cuidados y anhelos de paz; que las inundaciones, terremotos o tifones no les quiten de nuevo el suelo y el techo de un día para otro.
Bajo paraguas o a la intemperie, allí estarán los filipinos que hayan venido a celebrar este Sinulog. Un mundo inmenso de diferencias y rasgos singulares que, unidos por el Espíritu en la Caridad, acercan Roma con Cebú; hoy por hoy, dos de los grandes centros de peregrinaje mundial para los católicos, en los que los agustinos tienen mucho que ver, decir, proponer y acoger en el seno de su historia.
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