El pasado mes de julio tuvo lugar en Roma el quinto Congreso Internacional de los laicos agustinos. Cerca de 100 participantes de 28 circunscripciones de los cinco continentes, se volvieron a dar cita, cinco años después, tras el Congreso de 2019 en Sacrofano, Italia, para continuar este camino de sinodalidad, fraternidad y amor entre iguales.
Habiendo dejado reposar lo que a todas luces fue una gran experiencia de ahondamiento en la vocación del laico agustino y su forma de implementar su legado en aquellos lugares donde la Orden está presente, nos atiende desde Cambridge, Reino Unido, Luis Arana, miembro de la comisión para el Movimiento Laical Agustiniano y una de las voces autorizadas para explicarnos el momento en el que se encuentran los seglares que vibran con las enseñanzas y espiritualidad de San Agustín.
¿Qué ha quedado dos meses después del entusiasmo con el que se cerró el Congreso de Laicos en Roma?
Sin duda una larga lista de cosas por hacer. Es muy importante entender el contexto del Congreso de Roma de 2024. Al terminar el Congreso anterior (que tuvo lugar en 2019), en respuesta a una invitación del Prior General y en comunión con la Orden, los laicos agustinos, tanto miembros de fraternidades agustinas seculares como otros laicos de la amplia familia agustiniana, iniciamos un proceso del cual surgieron los Estatutos para los Fieles Laicos Agustinos. Durante el Congreso de 2024, los laicos reflexionamos sobre ese proceso y el riquísimo camino que tenemos por delante. Fue un acontecimiento de gran importancia; tenemos ahora el desafío de implementar las propuestas que se hicieron.
¿Qué ofrecen estos estatutos?
Durante el Congreso de 2024 quedó en claro que la estructura delineada por los Estatutos es una herramienta para conectar a los grupos de laicos agustinos entre sí, dentro de cada circunscripción, dentro de cada región y a nivel mundial, para vivir mejor nuestra espiritualidad agustiniana de manera sinodal y en comunión con la Orden. La Comisión para el Movimiento Laical Agustiniano, esto es, la Comisión de la Orden para los laicos y jóvenes, y los representantes regionales laicos estamos en proceso de evaluar las reflexiones y propuestas hechas por quienes asistieron al Congreso. Pero esas reflexiones y propuestas tienen un claro denominador común: buscar un contacto más cercano y regular entre nuestros grupos. En general ese contacto ya existe dentro de cada circunscripción, pero no a nivel regional; con la feliz y notoria excepción de América Latina.
¿Cuál es la senda que los laicos agustinos se han marcado para los próximos años?
La Comisión y los representantes regionales laicos no han terminado su tarea de evaluación del Congreso, pero por mi parte, hablo a título estrictamente personal, creo que a grandes rasgos los pasos siguientes serían intentar dar continuidad a la estructura que establecen los Estatutos, para que nuestro caminar juntos (tanto de los laicos entre sí como con los frailes y religiosas) tenga apoyo en estructuras permanentes y no dependa del carisma de personas concretas; crear y reforzar vínculos y actividades comunes a nivel regional. En cuanto a este último punto, América Latina ha marcado claramente el camino a seguir, con sus múltiples actividades e iniciativas. Otros pasos a seguir serían buscar conectar, dentro de cada circunscripción, a los grupos de jóvenes con los grupos de laicos agustinos adultos, para que los primeros vean en los segundos el peldaño natural siguiente de su camino de comunidad; y pensar en el futuro de los grupos de laicos agustinos en lugares donde los frailes y las religiosas de la Orden han reducido significativamente su presencia o desaparecerán pronto; una realidad de varias “provincias viejas”.
El Prior General, en una de sus alocuciones directas a ustedes durante el Congreso, habló de la importancia de estar también presentes en el ámbito de la cultura y el arte. ¿Tienen alguna hoja de ruta en este sentido para poder visibilizar el carisma agustiniano a través de la belleza?
No por ahora, pues de momento nuestra necesidad y prioridad inmediata es afirmar y desarrollar la estructura que hemos creado a través de los Estatutos, a nivel mundial y, sobre todo, a nivel regional. Parte de ese desarrollo debería incluir el apostolado en los ámbitos de la cultura y el arte. En nuestros grupos, hay laicos con sólido perfil académico en humanidades -la Fraternidad de San Agustín de Utrecht, por ejemplo- y ha habido iniciativas muy interesantes en cuanto a espiritualidad y arte.
¿Qué esperanzas alberga en el papel de los laicos en la Iglesia?
Mis esperanzas son muchas, particularmente a partir de la invitación del Santo Padre a vivir el camino sinodal.
Hace muchos años di con Breve teología para laicos, un libro escrito por el Padre León von Rudloff, OSB en 1937. Me llamó la atención el título de uno de sus capítulos: “La comunidad santa y santificante (la Iglesia)”. Allí, el Padre von Rudloff explica que el valor interno de cada uno como cristiano no está determinado por la función a la que está llamado a desempeñar, sino por cómo desempeña esa función.
La Iglesia ha sido muy clara en varios documentos sobre el rol de los laicos: sin embargo, esas definiciones (en apariencia simples), no son siempre fáciles de llevar a la práctica. En un extremo vemos situaciones de clericalismo; en el otro, sacerdotes con un ministerio muy limitado. Personalmente, creo que el problema consiste en que el laico es tomado en abstracto, sin considerar su inserción en la comunidad eclesial (tanto a nivel general como particular). En este sentido, la invitación al camino sinodal hecha por el Papa Francisco no ha podido ser más oportuna. Ha abierto una reflexión muy rica sobre cómo los laicos debemos vivir nuestra vocación en forma concreta desde la comunión, participación y misión, junto con los demás miembros de la Iglesia.
¿Y respecto a los laicos agustinos?
El principal obstáculo para vivir nuestra vocación es lo que yo llamo “la tentación del Monte Tabor”. En su homilía del domingo de Pentecostés de 2013, el Papa Francisco advirtió sobre el peligro de una Iglesia autorreferencial, y recordó que el Espíritu Santo “impulsa a abrir las puertas para salir, anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio”. A pequeña escala, esta advertencia es aplicable a nuestros grupos de laicos agustinos. Ser autorreferencial es una tentación típica de grupos laicos asociados a órdenes religiosas. La espiritualidad agustiniana es sin duda deslumbrante; pero tenemos que anunciarla al mundo a través de nuestra vida desde una actitud de servicio.
Tras un largo proceso sinodal, ¿cómo se encarna y vive el peregrinar de la mano con frailes y monjas en el curso ordinario de visibilizar el trabajo de la Orden?
He tenido la bendición de participar en tareas pastorales de la Orden en países muy distintos, como son la Argentina y el Reino Unido. Bajo las diferencias superficiales que marca la cultura local, el peregrinar es muy similar; tiene un color agustino inconfundible.
Como muy bien destaca monseñor Luis Marín de San Martín, OSA en todas sus presentaciones sobre el tema, la sinodalidad no es una moda nueva de la Iglesia. Es la manera de ser Iglesia, grabada en nuestro ADN de cristianos. Los frailes, religiosas y laicos (tanto los miembros de las fraternidades agustinas seculares como otros laicos miembros de la amplia familia agustiniana) tenemos en los Estatutos para los Fieles Laicos Agustinos un marco para vivir nuestro caminar como comunidad eclesial, en comunión, participación y misión.
¿Qué encuentra en esta comunidad? ¿Qué significa para usted vibrar con las enseñanzas de San Agustín?
En la comunidad agustiniana encuentro la gran riqueza de la espiritualidad de San Agustín. Esa espiritualidad se funda en dos pilares principales: el encuentro con Dios en la interioridad y en la comunidad. Ello lleva a la respuesta a la segunda pregunta: para mí, vibrar con las enseñanzas de San Agustín significa realizarme como ser humano.
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