Formación Hipona: mirar hacia dentro para descubrir la verdad auténtica de que Dios me ama
- José María Sánchez Galera
- hace 15 horas
- 6 Min. de lectura

La comisión de Pastoral de la Provincia de San Juan de Sahagún ofrece desde hace tres años una formación online, con parte presencial, que sirve como herramienta para afianzar la fe. Se trata de Formación Hipona. Sus cursos, aunque contienen una orientación pedagógica, catequética y pastoral, parten de una visión centrada en la vida interior, la teología y la espiritualidad agustiniana. Porque, sin mirar en el propio interior, la proclamación hacia fuera no resulta posible. Desde el curso, se asume que la fe se comunica de manera constante, en todos los ámbitos, en todas las circunstancias posibles: desde el trato familiar y con amigos hasta publicaciones en prensa o coloquios. Sin necesidad de que resulte algo calculado de antemano, sino que surge de la identidad propia, de la personalidad auténtica. Por eso, estos cursos ayudan a profundizar en las convicciones personales y religiosas.
Participan personas de toda condición y con temas muy variados que van cambiando de un curso a otro: desde sesiones sobre la fe, la Biblia, los sacramentos y la familia hasta la doctrina social de la Iglesia, bioética, oración, la relación entre fe y razón, y la perspectiva de san Agustín sobre la paz, la justicia, la amistad, el trato con Jesucristo. Cada curso comienza en enero y acaba en diciembre; y se compone de una docena aproximada de módulos que se imparten por videoconferencia, junto con apuntes y cuestionarios que facilita el personal docente. Las sesiones quedan grabadas para poder consultarse en cualquier momento, y duran algo menos de media hora. La formación se complementa con algunos encuentros presenciales, como un fin de semana en Guadarrama (Madrid). Uno de los coordinadores es el padre Jesús Baños (OSA), miembro de la comisión de Pastoral, y que conforma parte del claustro, junto con otros padres agustinos, como Manuel García, Tomás Marcos, Isaac Estévez o Javier Antolín, junto varios laicos —como Marisa Puente, Rosa Martín Barcala, Amparo Latre, o Gema Hidalgo — y también hermanas agustinas, como Carolina Blázquez.
Dentro de las sesiones formativas, destacan algunas relacionadas con la oración, como la impartida por el padre Manuel Sánchez Tapia (OSA), que define la oración como Comunicación entre el Dios trinitario y la persona, dentro de un diálogo que incluye las Sagradas Escrituras. Porque la Biblia está “plagada de invitaciones a la oración”. Como dice Sánchez, la oración requiere de silencio exterior e interior. Dentro de la espiritualidad agustiniana, una herramienta aconsejable es la lectio divina, que se divide en: lectura, meditación, oración, contemplación. Por eso, este “método es una escuela de contemplación”. También oramos mediante los sacramentos, gracias a los cuales la oración contiene también un sello comunitario.
La oración, explica el padre Manuel, necesita de “apertura de mente”, tener una mente dócil para captar el plan de Dios en nuestras vidas. También requiere la disposición previa de la humildad, precisamente porque supone docilidad para esa acción divina. Otro punto aconsejable es mantener un horario diario y ser fieles a ese horario, reservar un tiempo para entrar en comunicación con el Señor. Según el padre Manuel, Dios, por medio de la oración, da la luz de su Espíritu para discernir, y, para este propósito, sirven “herramientas” como libros de espiritualidad cristiana, e incluso algunas aplicaciones como el Evangelio del día o Rezandovoy. Que son medios, no fines, y no sustituyen a la oración. La oración vocal es, según el padre Manuel Sánchez, otra “ayuda formidable” para el encuentro con el Señor.
San Agustín dice que la oración es encuentro y conversación con Dios, y por tanto se habla y se escucha. “Cuando lees, te habla Dios a ti”, insiste Sánchez Tapia, que aconseja servirse de la lectura de la Sagrada Escritura, porque la oración agustiniana tiene “fundamentación bíblica”. Al mismo tiempo, es importante la constancia y “orar con todo el ser”; por ese motivo, la representación iconográfica del santo de Hipona lo muestra “con el corazón en la mano”. Lo cual se traduce en que la oración debe contener “piedad y no palabrería”, de manera que conduce a la “atención y a valorar el perdón que Dios nos da” y que hemos de dar nosotros a los demás. Dentro de los diferentes tipos de oración, destacan: petición, acción de gracias, contemplación. Dice el padre Manuel, siguiendo a san Agustín, que el deseo y fervor del afecto son esenciales para lograr efecto.
En este curso de espiritualidad agustiniana, se habla de los obstáculos con que se topa la oración, como la “vida enfangada en el pecado”, que hace “difícil la oración”. O como “el fariseísmo, andarse con medias verdades, la dispersión de la mente y el corazón”, así como el rencor, y también pensar que, como Dios nos conoce, concluir que no hace falta orar.
Por otro lado, la oración no es una mera actividad intimista sin más, sino una búsqueda de Dios, búsqueda de Jesucristo. Es el encuentro con la búsqueda que Dios hace de nosotros. Y Dios actúa como médico de nuestras almas y corazones mediante esta oración. Lo cual nos capacita para la comunión con los demás, que no consiste sólo en estar juntos, sino estar en comunión; ser, en palabras de Agustín, “una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios”. La oración tiene que desembocar en la vida, ayudar a las virtudes, a vivir en el amor agradecido. Siguiendo a san Agustín, uno de los frutos de la oración consiste en reconocer que todo viene de Dios, y por eso al Señor le presentamos acción de gracias. La oración permite que la luz de Dios ilumine nuestra conciencia, y ayuda a alcanzar la salvación.
Por su parte, la hermana Carolina Blázquez (OSA) comenta que la interioridad es una “llamada evangélica”, una “llamada al corazón, una experiencia religiosa en el interior, al margen de las ritualidades”, como define ella la diferencia entre el cristianismo y el judaísmo de los tiempos de Cristo. Como agustinos, dice la hermana Carolina, “la interioridad es uno de los pilares fundamentales”. En concreto, y aludiendo a la “fórmula de san Agustín” expresada en De vera religione, “no vayas fuera; entra dentro; en el hombre interior habita la verdad; y, si te encuentras mudable, trasciéndete a ti mismo”. Es algo que “rompe con el mundo de hoy, que vive en la exterioridad, en el estar hacia fuera”, en especial por medio de las nuevas tecnologías y la sobreabundancia de estímulos, que sólo pretende “controlarnos desde fuera”.
A veces estos procesos de interioridad se producen debido a una crisis, la experiencia de vacío, como le sucede al hijo pródigo de la Parábola. O bien lo contrario; una sensación de gracia desbordante, un acontecimiento de plenitud humana que apunta hacia una felicidad absoluta. En todo caso, es una “llamada a la conversión”. Se trata de un recorrido interior que requiere permanecer, no asomarse sin más. Esto requiere del cultivo de la atención, levantar la mirada y contemplar un horizonte más profundo. Lo cual supone reconocer “la presencia y dignidad del Otro”. Eso nos lleva a una mirada más honda hacia nosotros, el mundo, los demás, Dios. Dejar de vivir como dormidos, y comprender “dónde estoy”.
La hermana Carolina reitera la importancia del silencio, que es un método, un camino, no un fin en sí mismo. “Hace falta practicar el silencio interior y exterior”, hablar de manera más reposada, evitando palabras vanas. Pone como ejemplo, para ganar en interioridad, el aprovechamiento espiritual del tiempo en el coche, o en “espacios intermedios”, para convertirlos en “espacios de interioridad y silencio”. Se trata de aprovechar que estamos solos, en vez de escuchar música. O bien “caminar acallándonos por dentro, sosegando el corazón”. Porque “el silencio crea un espacio que podemos habitar”. Luego viene la escucha, entender que lo valioso y la salvación no depende de nosotros solos. Abrirnos a la Palabra del Otro. Recibir la Palabra igual que María. Escuchar, prestar atención. Esto nos lleva al asombro y la admiración.
Explica la hermana Carolina que esta manera agustiniana de orar nos encamina a descubrir una verdad más íntima que mi intimidad, que es Dios que nos habita. “El yo falso no es la verdad”, viene a decir Blázquez, pues hay “máscaras y disfraces”, y sólo dentro del corazón “soy quien soy”. Y esa identidad prístina es la conciencia de saberse amado por Dios. La verdad auténtica es que Dios me ama. Esto supone una llamada universal, no sólo para unos pocos o unos místicos, porque se hace cercano a todos por medio de Jesucristo.

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