En un contexto convulso, la esperanza siempre encuentra sus resquicios para hacerse palpable en la vida de los últimos, de los olvidados. Esta es la consecuencia de las acciones que lleva a cabo la Iglesia en territorios de misión. Este es el trabajo que acomete la Fundación Agustinos por el Mundo.
Maurizio y Simona, un matrimonio romano interpelado a ofrecer su vida en favor de los demás, trabajan codo con codo tanto en casa como en la coordinación de la Fundación, presente en cinco países del mundo a través de sus proyectos de desarrollo. Pero no sólo eso, sino que además
ofrecen sus medios para la inclusión idiomática de los religiosos que aterrizan en Roma para continuar con su formación.
Hasta la fecha cuentan con un sistema de becas, en su mayor parte donadas por las circunscripciones, para los religiosos que llegan al Colegio de Santa Mónica. Dan asistencia a dos escuelas del Vicariato del Congo con 2.000 estudiantes y un centro de atención para niños soldados. En Nigeria están trabajando aularios que fomenten, con el apoyo de los padres agustinos, el diálogo intercultural y religioso. En Mozambique han llevado a cabo una iniciativa para atender a las mujeres y niños desplazados por el terrorismo local en un proyecto agropecuario. En Kenia construyen una escuela en Kisumu y en Venezuela trabajan para la renovación de un centro de salud.
Toda una amalgama de iniciativas que permiten darle una oportunidad a los que por el sello de su nacimiento, por las circunstancias que viven en sus países de origen, les ha sido vetada.
Conversamos con ellos.
Maurizio, ¿cómo es el día a día de la Fundación y cuáles son las principales necesidades que tenéis?
La fundación fue creada por la Curia General para apoyar en las actividades sociales que tiene en Roma (becas a los estudiantes agustinos y otros gastos de mantenimiento) y, también, para apoyar en la tarea de los padres agustinos a la hora de atender a los más necesitados a través de un ayuda económica y técnica. Cada día elaboramos informes sobre cómo están los proyectos que tenemos en marcha, sobre lo que se requiere en cada momento, sobre oportunidades que han detectado los padres o nosotros y donde vemos cómo podemos ampliar nuestra red de ayuda para poder llegar. La Fundación ha nacido para desarrollar proyectos y no para buscar fondos, aunque está claro que tenemos la necesidad de disponer de recursos y de rendir cuentas, con total transparencia, ante nuestros donantes. La prioridad, y por eso el consejo directivo decidió que solamente hubiera dos personas en Roma, es poder destinar la mayor cantidad de dinero disponible a proyectos de desarrollo y capacitar tanto a los padres como al personal local. Hoy por hoy, no recibimos apoyo de fondos públicos. Nuestra principal vía de ingresos son los donantes particulares y fundaciones privadas de Alemania, de España, de EE.UU, de Irlanda y de Italia.
Nosotros no trabajamos solamente para hacer cosas, sino para transmitir y llevar a cabo obras que transformen la vida de los demás. Maurizo y Simona. Fundación Agustinos por el Mundo
Simona, ¿cómo funciona la parte local, por decirlo de alguna manera, de vuestra acción como Fundación aquí en la Curia?
Ayudamos en la inmersión lingüística a los padres estudiantes agustinos que vienen aquí para que puedan tener competencias con el italiano que les permitan cursar sus estudios en las universidades romanas. Para mí, a decir verdad, es una experiencia muy gratificante en relación con otros trabajos que he podido hacer con anterioridad en este aspecto. La motivación de los padres agustinos es muy diferente a la de cualquier otra institución que le da importancia a los idiomas pues ellos emplean la lengua para la misión. Eso, además de ayudar en todo lo que Maurizio pueda necesitar en los proyectos de desarrollo, me permite conocer mejor culturas lejanas a la nuestra en aquellos territorios donde la Orden está presente. Es un trabajo muy concreto, donde podemos ver a dónde se destina cada ayuda percibida y lo que eso hace para transformar sus vidas. Es algo muy bonito.
Maurizio. Teniendo en cuenta que te toca estar mucho tiempo fuera, supervisando los proyectos, ¿cómo os organizáis para el día a día en familia?
Es cierto que no es fácil cuando tengo que viajar para estudiar los proyectos que tenemos en marcha o hacer labores de control sobre su desarrollo. Ahora que tengo una familia, que tenemos un niño, a veces no es fácil ya que los países en los que trabajamos no son, por decirlo de alguna manera, sitios tranquilos y seguros. ¡Pero es mi trabajo! ¡Y me encanta! En este sentido, los padres agustinos, en los últimos años, nos han permitido teletrabajar y poder estar más tiempo en familia, por lo cuál nos sentimos muy apoyados por la Orden en este aspecto. Hemos tenido la fortuna de poder llevar a nuestro hijo a Tanzania, para que viera el orfanato que tenemos allí. Bajo mi criterio, esto es clave para los jóvenes europeos a la hora de ver lo grande que es el mundo, lo diferente que es y lo importante que es acercarnos a los que sufren, a los que no tienen. Ayudar a las personas y poder conocer distintas realidades es clave para mí. Los padres tienen una idea muy clara de su fe. Nosotros no trabajamos solamente para hacer cosas, sino para transmitir y llevar a cabo obras que transformen la vida de los demás. Eso es lo que está por encima de todo. Es el caso de la escuela para niños soldados que tenemos en el Congo, que es un proyecto espectacular. Pero igual que en otros lados del mundo. Los padres saben la importancia de estar para los pobres. Ese es nuestro desempeño.
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