Apenas suenan las primeras campanadas de la Basílica de San Pedro cuando nos encontramos frente a la parroquia agustiniana de Santa Ana.
Roma, a las 7 de la mañana, como un hormiguero en pleno rendimiento estival, ya soporta el bochorno con sus ruidos y sirenas en otro día más de julio sobre la ciudad que, en silencio, en un clima de reposo estudiado, custodia uno de los archivos más importantes del mundo.
El Archivo Apostólico de la Santa Sede.
Entre un laberíntico depósito, abriendo y cerrando compuertas, subiendo y bajando por escaleras que nos llevan a caracolear por los siglos que sostiene la Torre de los Vientos... Atravesando cámaras y centenares de metros repletos de hileras que registran el eco de los que nos precedieron, el padre Ronzani, nuevo prefecto del Archivo Apostólico Vaticano, nos muestra los rincones y recovecos de doce siglos de documentación histórica.
Acompañamos al padre Josef Sciberras, Postulador General de la Orden, al padre Andrés Gómez, Archivero General, y a dos de sus colaboradores, venidos de la Provincia de Colombia, por algunos de los lugares más significativos del Archivo y Biblioteca Vaticana.
Muchas gracias, padre, por atender a la Oficina de comunicación de la Curia General en un lugar tan especial. En primer lugar, ¿desde hace cuánto sabía que iba a ser el nuevo Archivero de la Iglesia Universal?
Bueno, durante la primavera de este año, el director del Archivo y Biblioteca del Vaticano, monseñor Angelo Vincenzo Zani, se puso en contacto conmigo. Fui allí pensando que monseñor Vincenzo quería conocer algún aspecto de nuestras actividades culturales como agustinos, debido a que nuestra Provincia de Italia mantiene relaciones en el ámbito de las actividades culturales con la Biblioteca Vaticana. Entonces fui allí y, para mi sorpresa, me dijo: “No. Mire, padre, estamos buscando un nuevo prefecto para el Archivo”.
Padre, ¿qué significa para la Orden que un agustino esté al frente del depósito histórico de la Iglesia?
Ante todo es un servicio. Por lo tanto, cuando un agustino está al cargo de una misión, en cualquier contexto —que podría ser una pequeña parroquia en África ecuatorial o en un despacho de la Curia General— siempre es un servicio para un agustino. Un servicio que hacemos con alegría, porque sabemos que estamos sirviendo a la Iglesia, al Papa y, en cierta medida, también al mundo de la cultura, en el caso concreto del que hablamos y nos ocupa.
A lo largo de los siglos la Orden siempre ha prestado estos servicios en el ámbito de la cultura. Precisamente en el Archivo, en la Biblioteca Vaticana, ha habido dos importantes agustinos que desempeñaron el servicio que se me ha pedido: el padre Agostino Ciasca, que fue verdaderamente uno de los refundadores de la Orden después de la desamortización de Mendizábal en España. Fue uno de los hombres que revitalizó la Orden en momentos de crisis. En esos momentos, además de tener un número adecuado de personas que necesitan crecer, también es necesario tener muchas ideas. Y así, estos hombres reiniciaron la vida de la Orden. Eran hombres de grandes, grandes ideales.
Uno de ellos -como digo- fue el padre Ciasca, amigo de Pacífico Neno, Prior General de la Orden en tiempos de León XIII. Antes, por ejemplo, tuvimos a Enrico Noris, de Verona, de finales del siglo XVII. Durante cuatro años fue archivero. Gran bibliotecario, gran teólogo. Abrió el pensamiento teológico a la dimensión de la historia para que la teología y la historia puedan dialogar entre sí. Porque a veces la teología, especialmente en el pasado, fue demasiado especulativa.
Fue un grupo de religiosos agustinos extraordinarios que hicieron cosas extraordinarias.
Padre Ronzani. ¿Qué ha ocurrido entonces para que la Iglesia tenga tantas dificultades hoy en día para poner en conocimiento su historia, su inmenso legado artístico y espiritual? Parece que le cuesta encontrar un diálogo con las nuevas generaciones a través del arte y la belleza…
“Parece”. Usted ha usado el verbo correcto. Aparentemente es así. Así parecería en algunos ambientes, en algunos lugares… Aunque en algunas naciones desgraciadamente es así: no hay alianza entre la Iglesia y el mundo de la cultura. Sin embargo, en realidad esta alianza existe en muchos otros ambientes. Yo puedo hablar de la experiencia que he tenido en Italia: no hay realidad eclesial a nivel local, a nivel de vida religiosa, que no tenga una buena relación con el mundo académico, con el mundo de la cultura, la universidad, la escuela y también, en cierta medida, con el mundo de los artistas. Aunque el tema preciso del arte y, por tanto, de la cultura artística, es un tema más difícil.
Pablo VI, en los años setenta, convocó a los artistas —y antes de él, Juan XXIII—, precisamente para reconstruir una relación positiva, como había sido en la Edad Media, el Renacimiento, en la época de la reforma hasta, prácticamente, el final de la edad moderna.
Pero todo ha cambiado. Tenemos una cuestión demográfica inapelable que influye en un relevo generacional. Cuando participaba en las actividades juveniles de mi parroquia, sólo en el grupo de los más grandes éramos ciento veinte. Hoy, apenas se puede formar un grupo de doce adolescentes. Y hablo de hace treinta años. En treinta años se ha producido verdaderamente un descenso demográfico muy importante que hay que tener presente. Pero al mismo tiempo es cierto que, sea pequeño o numeroso, el rebaño, pequeño o grande, debe ser guiado. Necesitamos encontrar una manera de despertar el interés. La fe, si es algo que no despierta interés, es una fe no vivida y mal transmitida.
Y luego hay otro tema capital que es el de la comunicación.
¿Qué se puede hacer al respecto en este sentido para poder dar a conocer el inmenso patrimonio de la Iglesia, custodiado entre estas estancias y estantes?
Los Padres de la Iglesia son importantes para nosotros y los estudiamos, ¿por qué? ¿Sólo por el contenido de su teología? No. Dice el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, que los Padres de la Iglesia son importantes por el contenido, pero también lo son por el método. Es decir, la comunicación, la forma de transmitir contenidos. Entonces, no sólo la fe sino también “el medio de transmisión”. Es fundamental.
¿Y cómo se hace esto? Los Padres de la Iglesia hablaban la lengua latina, la lengua griega, que no eran sólo lenguas de la élite cultural; también eran la lengua del pueblo, de la gente sencilla. Y ellos hablaban la lengua de los sabios y la lengua del pueblo en las diversas formas de la homilía y del tratado.
Creo que hoy en este punto somos muy débiles; invertimos poco en comunicación. Necesitamos trabajar más en ella, sí, pero hay que trabajar la comunicación después de vivir lo que se quiere comunicar, ¿no? Es un poco como una comunidad religiosa: si la comunidad religiosa tiene una bonita máscara, pero no hay nada detrás, la máscara no basta para llegar al corazón de las personas. Por lo tanto, primero debe existir la sustancia y luego, de la sustancia surge la forma y, con inteligencia e imaginación, las formas y la pasión por llegar a las personas; por llegar a sus corazones, darles un mensaje que les dé sentido a sus vidas y les permita vivir felices. Esto es lo importante.
¿Qué guardamos en este Archivo?
La documentación de las oficinas de la Curia Romana. Es el centro directivo de la Iglesia universal. Especialmente disponemos archivos de las oficinas más importantes: la Secretaría de Estado, la Cancillería, la Cámara Apostólica y muchas otras. Nuestro Archivo es la isla más grande de un archipiélago conformado por islas más pequeñas, que serían los archivos históricos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la Evangelización de los Pueblos y otros archivos de menor volumen.
Por tanto, la mayor parte de la documentación que tenemos, desde la Edad Media hasta el pontificado de Benedicto XVI, es documentación que nos habla del gran bien que la Iglesia ha hecho en la historia a través de su caridad, la promoción de la cultura, el arte, la promoción de los derechos humanos.
Luego están también los aspectos menos positivos, es decir, aquellos que están vinculados a los límites, la fragilidad, la pobreza, las miserias de los hombres y mujeres que en la Iglesia no siempre se han comportado según el ideal del Evangelio. Y, por tanto, es un gran archivo de la vida, en definitiva, de la Iglesia y, en cierta medida, también del mundo, que está siempre en relación con la vida de la Iglesia. La Iglesia está en el mundo y por eso no puede dejar de tener relaciones con los Estados, los pueblos, las otras religiones.
El Archivo es un lugar donde se pueden construir puentes, crear relaciones; no perder la esperanza que los hombres, a pesar de muchas situaciones difíciles, todavía pueden encontrarse juntos. Y creo que esto, no sólo la preservación de documentos, sino también ponerlos a disposición de estudiosos de muchas naciones, muchas lenguas, muchas religiones, muchas culturas, se convierte en una oportunidad para crear diálogo. Y ésta es una de las vocaciones del Archivo.
¿Cuál es el mayor hallazgo que ha hecho en el tiempo en el que está aquí?
Bueno, en primer lugar, cuando entré, comencé a hacer un recorrido por todas las salas y depósitos. Me sentí como un náufrago en el océano. Es un mundo realmente vasto y no todo se conoce. Todavía queda mucho por estudiar, por ordenar. El mayor descubrimiento… Fue abrir las puertas de un armario que hay en la oficina donde trabajo y encontrar dentro el pergamino con el que los nobles ingleses pidieron al Papa anular el matrimonio de Enrique VIII. Es decir, ese documento que es el origen del nacimiento de la Iglesia Anglicana, del cisma con Roma y de todas las consecuencias que ha tenido en la historia.
En ese mismo armario se conservan dos cartas de Pablo VI y del arzobispo de Canterbury, con las que declaran su deseo de crear una relación de amistad, de ir más allá de las excomuniones y caminar juntos para dar un mensaje cristiano al mundo, que esté marcado por la unidad de quienes creen en el Evangelio de Jesucristo.
¿Qué es lo que le cautiva de la Historia?
La historia es el encuentro entre los hombres. No es una historia general de batallas o de eventos; es una historia de los hombres y estudiar historia es vivir mejor nuestra humanidad. Este es el centro del interés que la historia todavía produce entre la gente de hoy: conocer a la humanidad en todos sus límites, pero también en todo su potencial; en la riqueza que, a pesar de las muchas limitaciones que existen, tenemos para hacer un poco mejor el mundo en el que vivimos.
Todos los días vienen a estudiar al Archivo sesenta, setenta personas; en un año tenemos alrededor de mil académicos de todo el mundo. Entonces, si logramos acogerlos con espíritu de apertura, de diálogo, de colaboración, creo que es la mejor manera de poder transmitir un mensaje: el mensaje de una Iglesia que también quiere ser acogedora en este ámbito, quiere escuchar, aprender y también investigar juntos.