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El P. Alejandro en Pascua: “El Cordero llevado al matadero da vida a lo que estaba muerto por el pecado”

El pasado 29 de marzo, el Prior General de la Orden de San Agustín, el P. Alejandro Moral Antón, dirigió su felicitación pascual a los hermanos, hermanas y laicos de la familia agustiniana. Enviado por la Secretaría General en Domingo de Resurrección, reproducimos a continuación el texto íntegro sumándonos a la alegría a la que nos invita el Padre General en este tiempo de gozo espiritual




Queridos hermanos y hermanas: 


Al concluir la Semana Santa con la celebración de la Resurrección de Jesucristo, quiero enviaros un saludo en nombre de todo el Consejo General, deseando que la Vida que el Resucitado nos ha traído se abra paso y se acreciente entre nosotros. 


Hoy es 29 de marzo y la Iglesia Católica celebra el Viernes Santo. San Pablo recoge la humillación de la cruz en un texto maravilloso que todos conocemos: "[Cristo], a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz" (Flp 2, 6-8). 


En aquella hora en la que el Hijo de Dios asumía todas nuestras culpas, el mundo “se cubría de tinieblas" (Mt 27, 45), pero no detenía ahí su historia. La muerte del Hijo de Dios, gesto extremo y supremo de su infinito amor, daba paso a su Resurrección, y con ella renacía la historia de la humanidad, salvada por ese infinito y divino Amor. 



“Dios no nos abandona nunca, ni siquiera cuando nos alejamos más de Él” 


Hoy, en el mundo, vivimos en un continuo Viernes Santo. Vivimos acongojados por las guerras sin sentido, por el dolor de tantos que ven morir a sus seres queridos, de madres agarradas a los cuerpos de sus hijos recién nacidos o aún niños que no han podido disfrutar de ese amor de madre. Vivimos envueltos por el dolor de tantas personas que tienen que huir de sus países, emigrar, porque allí sólo encuentran violencia, dolor y hambre. Vivimos un Viernes Santo continuo que tiene origen en el egoísmo del ser humano y en nuestra soberbia. 


Ante todo este dolor, a veces, incluso llegamos a dudar de si Dios está presente en nuestras vidas. Pero Dios no nos abandona nunca, ni siquiera cuando nos alejamos más de Él. El silencio de Dios también fue experimentado por su Hijo incluso en los momentos más trágicos de su existencia. Recordad el gran grito angustiado del Israel que sufre al Dios que aparentemente permanece en silencio (Salmo 22): "A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza", dice el mismo salmista que escribe las palabras que el propio Jesús gritará desde la cruz. 

"Compartamos la experiencia de la vida renovada en nuestras comunidades y lugares de encuentro y de misión". P. Alejandro

Pero la compasión total de Dios por nosotros, sus hijos frágiles e impotentes, con la que perdona nuestras debilidades, y que podemos experimentar profundamente de nuevo hoy, quedaría sin sentido sin la Resurrección del Hijo. Dice nuestro Padre San Agustín: "con el sacrificio verdadero de su muerte, ofrecido por nosotros en la cruz, purificó, abolió y extinguió cuanto en el hombre de culpable existía, y que con derecho los principados y potestades reclamaban se expiase con suplicios; y con su resurrección llama a vida nueva a los predestinados, pues a los que llamó justificó, y a los que justificó glorificó" (San Agustín, De Trinitate 4,13,17). 


En el Hijo de Dios, lo que asemeja a una tragedia tiene un significado inverso y lleno de luz, que ayuda a leer las sombras y los sinsabores de la naturaleza humana. El Cordero que es llevado al matadero da vida a todo lo que estaba muerto por el pecado. 

Pido para que cada uno de nosotros, llamados, como los primeros discípulos, por la fe en la Resurrección del Hijo de Dios, a una vida nueva, seamos testigos de la Luz pascual que ilumina a todo ser humano. No dejemos, pues, que la muerte y el pesimismo nos invadan, ni siquiera en este tiempo difícil. Compartamos la experiencia de la vida renovada en nuestras comunidades y lugares de encuentro y de misión. Entendemos que, como peregrinos hacia la Patria prometida, aunque la muerte física pueda entrar en nuestras vidas terrestres y nos cause preocupación, esta muerte ha cambiado su sentido y ha sido derrotada, dando paso a la vida que nos espera junto a Dios. 


Que mientras peregrinemos en este mundo "nos lavemos los pies los unos a los otros", construyendo fraternidad. Que con sencillez y humildad, ayudemos a construir un mundo según la voluntad de Dios, no basado en el egoísmo y la soberbia sino en el anonadamiento y el servicio, para que realmente lleguemos a ser "un solo corazón y una sola alma in Deum". 


Feliz Pascua de Resurrección a todos. 


Un abrazo fraterno.




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